Esta semana queremos destacar la obra de Santa Teresa de Lisieux, una de las Autoras Destacadas de la Editorial de Espiritualidad (EDE)
María Francisca Teresa Martín Guerin nació en la ciudad francesa de Alençon, el 2 de enero de 1873, sus padres, hoy canonizados por la Iglesia, fueron Luis Martín y Celia María Guerin. El 28 de agosto de 1876 falleció su madre. Teresa escoge a su hermana Paulina por segunda madre. Este mismo año, el 15 de noviembre se traslada la familia a Lisieux, instalándose en los Buissonnets.
Teresa nació en una familia que respiraba amor. Fue el lugar donde ella aprendió a amar a Dios y al prójimo. Ella recuerda con gratitud este ambiente al evocar los recuerdos de su infancia: “Como los pajarillos aprenden a cantar escuchando a sus padres, de la misma manera aprenden los niños la ciencia de las virtudes, el canto sublime del amor divino, de las almas encargadas de formarles en la vida” (Ms A, 53r).
Tenía ocho años y medio cuando en el mes de octubre de 1881, entró como medio-pensionista en la Abadía de las Benedictinas; no logró integrarse en el grupo, esto debido a su modo de ser solitario y el ser las compañeras mayores que ella, de 13 y 14 años. Es claro que le resultó muy amargo el paso de la “tierra selecta” a la “tierra común”. Por eso, a pesar de sus éxitos escolares –consiguió fácilmente los primeros puestos– y a pesar del cariño de las religiosas, Teresa llegó a decir: “Los cinco años que pasé en la escuela (1881-1886) fueron los más tristes de mi vida” (Ms A, 22r).
Su gran sueño en esta época, era el de irse un día con Paulina “a un desierto lejano” (Ms B, 25v). En efecto Paulina, que tenía ya 21 años, tenía puestos sus ojos en el ‘desierto’ del Carmelo. Su partida se decidió rápidamente. El año 1884 fue un año de gracia para Teresa, tiempo fuerte de diálogo espiritual entre ella y Paulina como preparación a la primera comunión (le envía 12 cartas, cfr. 33r). Este año representó la cima espiritual en la vida de la Teresa adolescente. El día 8 de mayo de 1884 hizo su Primera comunión: “no fue ya una mirada, sino una fusión” entre Jesús y Teresa (Ms A, 35r). El día 14 de junio, de este mismo año, tuvo lugar su Confirmación. Recibió el “sacramento del amor” (36v).
La crisis de la adolescencia la superó con la entrega generosa a los otros. Al Otro que es el Dios de Jesús y a los otros que son en ese momento, los pecadores. La chispa que alumbra este paso es el incidente de la Noche de Navidad; la “Gracia de la Navidad” del 1886 marcó el punto de inflexión, lo que ella llamó su “completa conversión” (Ms A, 44v-45r). De hecho, se curó totalmente de su hipersensibilidad infantil e inició una “carrera de gigante” Es el paso de vivir la santidad ‘desde sí y para sí’ a vivirla ‘desde sí para Jesús y los pecadores’.
Teresita descubrió que el mejor camino para servir a Cristo y a los hermanos era el amor y el sacrificio personales.
El único lugar donde Teresa ve posibilidades de realizar su vocación era el Carmelo. Existía, no obstante, un problema: su corta edad, tenía 14 años y era para muchos solo una niña. Sin embargo, por sus venas corría la fuerza de una mujer dispuesta a saltar todos los obstáculos que se interpongan en su camino. Quiere realizar su vocación, y quiere realizarla pronto. Se lo comunicó a su padre (cfr. Ms A, 50r/50v), y este, hombre piadoso y santo, no pone ninguna traba a los deseos de su hija y en ellos descubre la voluntad de Dios.
Al encontrar resistencia entre los superiores del Carmelo (Ib. 53v/55v). Teresa y su padre se unen a una de las muchas peregrinaciones que organizaban los católicos franceses a Roma. Partieron para Roma el día 7 de noviembre de 1887. Ella iba con el propósito de hablar con el Papa y pedirle permiso para ingresar, por más que se lo hayan prohibido; el propósito de Teresa era mayor que cualquier prohibición y al llegar junto a León XIII, ocurrió lo siguiente: “Un momento después estaba yo a los pies del Santo Padre. Después de besarle la sandalia, me presentó la mano; pero en lugar de besársela, junté las mías y elevando hacia su rostro mis ojos bañados en lágrimas, exclamé: ‘¡Santísimo Padre, tengo que pediros una gracia muy grande…! Entonces el Sumo Pontífice inclinó hacia mí su cabeza, de manera que mi rostro casi tocaba el suyo, y vi sus ojos negros y profundos que se fijaban en mí y parecían querer penetrarme hasta el fondo del alma. ’¡Santísimo Padre, en honor de vuestras bodas de oro, permitidme entrar en el Carmelo a los 15 años…!
‘Bueno, hija mía, respondió el Santo Padre mirándome bondadosamente, haz lo que te digan los superiores’. Entonces, apoyando mis manos en sus rodillas, hice un último intento y le dije con voz suplicante: ‘Sí, Santísimo Padre. Pero si Usted dijese que sí, todo el mundo estaría de acuerdo’. Me miró fijamente y pronunció estas palabras, recalcando cada sílaba: ‘Vamos… vamos… Entrarás si Dios lo quiere…’ (Y su acento tenía un no sé qué de tan penetrante y convincente, que aún me parece estar oyéndole)” (Ms A, 63r/63v; cfr. Cta. 36).
Ingresó en el Carmelo de Lisieux, donde estaban ya sus hermanas Paulina y María, el 9 de abril de 1888; emitió sus votos religiosos el 8 de septiembre de 1890. El 9 de junio de 1895 se ofrece como víctima al Amor Misericordioso y, al cabo de cinco días, recibió una herida de amor. En el Carmelo vivió dos misterios: la infancia de Jesús y su pasión. Por ello, solicitó llamarse sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
De gran importancia es su Ofrenda al Amor Misericordioso, hecha en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1895 (Ms A, 83v-84r; Pr 6): una ofrenda que Teresa comparte enseguida con sus hermanas siendo ya vicemaestra de novicias. Diez años después de la “Gracia de Navidad”, en 1896, llegó la “Gracia de Pascua”, que abrió el último período de la vida de Teresa, con el inicio de su pasión profundamente unida a la Pasión de Jesús; se trata de la Pasión del cuerpo, con la enfermedad que la condujo a la muerte a través de grandes sufrimientos, pero sobre todo se trata de la pasión del alma, con una muy dolorosa prueba de la fe (Ms C, 4v-7v). Con María al lado de la Cruz de Jesús, Teresa vive ahora la fe más heroica, como luz en las tinieblas que le invaden el alma.
La Carmelita tiene la conciencia de vivir esta gran prueba para la salvación de todos los ateos del mundo moderno, llamados por ella “hermanos”. Vivió, entonces, más intensamente el amor fraterno (Ms C, 8r-33v): hacia las hermanas de su comunidad, hacia sus dos hermanos espirituales misioneros, hacia los sacerdotes y todos los hombres, especialmente los más alejados En este contexto de sufrimiento, viviendo el más grande amor en las más pequeñas cosas de la vida cotidiana, la Santa lleva a su total cumplimiento, su vocación de ser el Amor en el Corazón de la Iglesia (cfr Ms B, 3v).
Teresa murió la noche del 30 de septiembre de 1897, pronunciando las sencillas palabras: “¡Dios mío, os amo!”, mirando el crucifijo que apretaba con sus manos. Estas últimas palabras de la Santa son la clave de toda su doctrina, de su interpretación del Evangelio. Las sencillas palabras: “Jesús, te amo” son el centro de todos sus escritos.
Beatificada por el Papa Pío XI en [29 de abril] 1923 y canonizada en [17 de mayo] 1925; este mismo Papa la proclamaría Patrona Universal de las Misiones. La llamó “la estrella de mi pontificado”, y definió como “un huracán de gloria” el movimiento universal de afecto y devoción que acompañó a esta joven carmelita descalza. Proclamada Doctora de la Iglesia por el Papa Juan Pablo II el 19 de octubre de 1997.
Su obra aparece al final del siglo XIX, marcando el resurgir de la mística del Carmelo y alumbrando en la Iglesia un camino nuevo de espiritualidad, el camino de la infancia espiritual, descrito en su conocida Historia de un alma. Practicó y enseñó la doctrina del “Caminito”. Entre sus escritos tenemos: Manuscritos autobiográficos (Historia de una alma), Cartas (266), Poesías (54), Oraciones (21), Últimas conversaciones y Escritos varios.
Cf. Pedro Ortega, Figuras del Carmelo. Tras las huellas de Teresa de Jesús, Monte Carmelo, Burgos 2013, pp. 385-390
¡Te invitamos a conocer la obra de Santa Teresa de Lisieux!
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