No recuerdo que mi padre me haya regalado muchas cosas materiales, cosas de esas que uno conserve y tenga como memoria de quien te quiere. Hace unos días estando en uno de los campos, recogió del suelo una piedra blanca que a él le parecía bonita, y me la dio para que la conservara. Al principio la guardé a regañadientes para que no se disgustara, pero luego, pensando que dentro de poco tiempo tal vez no tengamos ya las fincas y que nuestras jornadas de trabajo en el pueblo serán solo memoria pasada, me pareció un símbolo especial de todo lo vivido en aquel campo, desde pequeños hasta el día de hoy. Pensé que disfrutar de todos esos momentos hoy me hará llevar mejor el día que añore incluso el disgusto de los madrugones de invierno para recoger aceitunas con mi padre. El tiempo corre tan rápido que cuando menos lo piensas ya has dejado de vivir lo que se te estaba regalando.
Estos días hemos estado también recorriendo algunas de las fincas, que, por la lluvia, están llenas de verdor. A pesar de todo, algunos cerezos se han echado a perder. Arrancamos uno de ellos y lo tiramos a las zarzas. Nos íbamos y regresé luego pensando que un trozo de la raíz de aquel árbol sería un buen recordatorio, despertador. Invitando a pensar la raíz de nuestra vida, y ser raíz para otros, sin estar necesariamente desencajados por reconocer el fruto allá en lo alto del árbol, cuidar la escondida y sabia tarea de la raíz que se alimenta para otros y lo hace como diría Juan de la Cruz, ‘sin ser notada’.
La raíz recuerda a otros que han sido raíz para nosotros. Para que cuando estemos tristes no dejemos de vivir también eso como camino al hogar, a tu lugar, ese que buscas desde hace tanto… Hermann Hesse dice a propósito de los árboles estas bellas palabras:
“Cuando estamos tristes y apenas podemos soportar la vida, un árbol puede hablarnos así: ¡Estáte quieto! ¡Contémplame! La vida no es fácil, la vida no es difícil. Estos son pensamientos infantiles. Deja que Dios hable dentro de ti y en seguida enmudecerán. Estás triste porque tu camino te aparta de la madre y de la patria. Pero cada paso y cada día te acerca más a la madre. La patria no está aquí ni allí. La patria está en tu interior, o en ninguna parte.” [1]
Fíjate en la última frase, que me acompaña desde hace años: ‘la patria está en tu interior o en ninguna parte… en tu interior o en ninguna parte’.
Con esta frase y estos dos regalos: una piedra y una raíz, en los que nadie se ha gastado los cuartos, y que me invitan a vivir el momento y a cuidar mis raíces, te dejo.
Miguel Márquez, ocd
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